miércoles, 9 de noviembre de 2016

LA LEY DEL EMBUDO

                                                     * Procedencia de la imagen

Según la RAE, la "ley del embudo" es una frase coloquial que la define como "la que se emplea con desigualdad, aplicándola estrictamente a unos y ampliamente a otros".

Probablemente, el ámbito en el que más se aplica esta ley es en política (seguido a corta distancia por el matrimonio), y en estos últimos tiempos especialmente por ciertos sectores de la izquierda más radical. Basta con dar un vistazo a las noticias de actualidad, y dedicar algo de tiempo a bucear por la hemeroteca para darse cuenta de ello. Y, a mí, que estoy iniciándome en este mundo, me preocupa que termine afectándome a nivel personal.

Porque yo me pregunto: ¿la pertenencia a un partido político lleva implícita la pérdida de objetividad a la hora de juzgar unos hechos? ¿Acaso afiliarte a uno conlleva abandonar la ecuanimidad? ¿Está la ideología por encima de los principios y valores personales? Porque eso es lo que podemos observar en muchos (demasiados) casos y situaciones diferentes.

Comprendo eso de la "disciplina de partido". Entiendo que es necesaria si no quieres asemejarte más al plató de "Sálvame" que a un grupo político (no hay más que ver el PSOE...). La acepto, claro está, siempre y cuando no se trate de una disciplina impuesta por un líder autoritario y cuasi dictatorial, sino que vaya precedida por un proceso participativo y democrático. Se debate, se discute y se elige. Y, a partir de ahí, se respeta la opinión de la mayoría. Lo contrario, me parece un ejercicio de soberbia y prepotencia.

Sin embargo, no entiendo que el juicio de la personas se llegue a nublar hasta tal punto de rozar el ridículo defendiendo a capa y espada algo que, simplemente, resulta indefendible. Lo que está mal... ¡está mal! Da igual quién esté implicado, y no importa a qué partido pertenezca. No creo necesario, llegados a este punto, nombrar casos concretos de la actualidad más reciente. Me interesan más las conclusiones que yo saco de los mismos.

Nos encontramos ante dos situaciones diferentes, aunque parecidas en el fondo: en primer lugar, están aquellos que realizan actos contrarios a la legalidad vigente. Las leyes están para cumplirlas y creo que los cargos públicos, encargados de velar por el cumplimiento de las mismas, deberían ser los primeros en dar ejemplo. No me vale como pretexto argumentar que una ley es injusta o no se esté de acuerdo con ella. En ese caso, hay que trabajar para cambiarla desde la propia institución a la que se pertenece. Pero, si no se cumple con la ley, y te pillan, tienes que asumir responsabilidades. Lo que más me sorprende de todos estos casos es el apoyo incondicional de los partidos a los que pertenecen, e incluso el de mucha gente que se manifiesta a favor de estos personajes y les presentan como víctimas de tal o cual causa ideológica.

Luego están aquellos otros casos que, aunque no sean ilegales, son, digámoslo así, poco éticos. Se podría argumentar que los principios éticos y morales son muy personales, y dependen de diversos factores. Es decir, que aquello que unos consideran correcto y normal, puede que no lo sea para otros. Pero me irrita la hipocresía de algunos que se atreven a dar lecciones éticas acerca de situaciones que, anteriormente, ellos mismos también han practicado. Si no han hecho nada que esté fuera de la ley, tengo que aceptarlo. Pero sí me gustaría que no sean tan prepotentes como para atribuirse una autoridad moral superior al resto de los conciudadanos (al menos, de los que no son de su partido, por supuesto).

En ambos casos, la respuesta que dan es, invariablemente, defensiva, presentándose ante la opinión pública como víctimas de alguna campaña perpetrada por el gobierno, y difundida por sus medios de comunicación afines. Casi nunca hay ningún tipo de crítica o censura hacia unas actuaciones condenables. Y mucho menos se le exige a la persona implicada responsabilidad alguna...

Mi última reflexión sobre todo esto es personal. Mi participación en política, ahora mismo, se limita a esto: escribir estas entradas de vez en cuando y colaborar, en la medida en que me es posible, en la vida de la agrupación local de mi partido, Ciudadanos. No sé dónde me llevará la vida, aunque es cierto que no aspiro a grandes cambios. Lo que sí espero es ser siempre fiel a unos principios y valores que me han inculcado mis padres, y mantenerlos intactos esté donde esté y haga lo que haga. Como he dicho al comienzo de este post, lo que está mal, está mal y no se hace. Y si alguien lo hace, lo criticaré y pediré responsabilidades, me da igual de qué partido sea. Integridad. Creo que ésa es la palabra que mejor resume mis propósitos para el futuro. No quisiera que nadie me pueda atribuir jamás aquella famosa frase de Groucho Marx:

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P.D.: un ruego para mis amigos, conocidos, familiares, o cualquier otra persona que me aprecie. Si en el futuro detectáis que no estoy cumpliendo con estos propósitos, que hago algo contrario a mi modo de ser o de pensar... directamente, y sin decirme nada, me dais una colleja. Y luego ya me decís porqué. Seguro que os lo agradeceré (aunque puede que no el mismo momento).


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